V.0.0 Anécdota.
El viejo, cansado, despierta. Instintivamente, busca su pequeña botella de licor. Está vacía. La luz es cegadora, el sol aún está bajo. El rostro del viejo ha perdido la edad bajo las arrugas, bajo la constante exposición al sol, bajo la falta de baño, bajo horas y días alcoholizado. Ni el tiempo ni la edad existen ya en su memoria.
Se levanta con esfuerzo, y hace andar su destartalado carrito, demasiado pesado ahora, jalándolo en busca de cartón usado, para cambiarlo por monedas y cambiarlas por alcohol.
En el primer cruce encuentra, a la distancia, a otro vagabundo en busca de materiales para conseguir monedas. No hablan. Con una mueca incompleta, se comunican y deciden quién irá hacia el norte y quién doblará hacia el sur.
El viejo recorre las mismas calles de siempre, iguales bajo su mirada desenfocada. Un perro lo acompaña. Un perro igual a todos los otros perros callejeros.
Tienen suerte, y encuentran pronto un par de cajas vacías que el viejo dobla con maestría y gracia, dos botellas de cerveza rotas, y un emparedado casi completo, que comparten. Siguen su camino, y el perro se separa al percibir el olor de un mercado cercano. El olor despierta un ambiguo sentimiento de dolor en el estómago del viejo, pero prefiere, sabiamente, ignorarlo y concentrarse en la búsqueda.
En otra esquina, el viejo encuentra unas latas de atún oxidadas, y tras hacer cuentas mentales rápidas y vagas, sabe que no necesitará caminar mucho más para conseguir esa botella llena de 250 ml de alcohol barato.
Es demasiado pronto, pero el sol se acaba de ocultar. Y bajo la luz azulina que sigue al crepúsculo, la descubre. Una pila de cajas húmedas y recién desechadas. Sólo tiene que cruzar la ancha autopista, y será suya. Es entonces cuando también ve al otro. Otro pordiosero, con un carrito más ligero. El viejo tiene la sensación incluso que aquella orilla de la autopista está más cerca de las cajas. Pero los autos, furiosos, no dejan de pasar, a esa velocidad inhumana a la que se mueven. Ni siquiera ve los autos. Sólo percibe las luces de los faros, amarillas y blancas, volando delante suyo. El otro vagabundo ha avanzado un carril, y espera para poder llegar a las cajas apiladas. Parece que se abre un hueco, y el viejo invoca toda su energía en sus atrofiadas piernas, quizá lo logre ahora, piensa, de un solo golpe, que es lo que se escuchó cuando el inmenso camión con los faros descompuestos, lo arrastró durante seis segundos y veintisiete metros, destruyendo también su pesado carrito, matando al viejo al instante.
V.1.0 adjetivos sagrados.
El viejo, sagrado, despierta. sagradamente, busca su sagrada botella de licor. Está sagrada. La luz es sagrada, el sol aún está sagrado. El rostro del viejo ha perdido la edad bajo las arrugas, bajo la sagrada exposición al sol, bajo la falta de baño, bajo horas y días sagrado. Ni el tiempo ni la edad existen ya en su memoria.
Se levanta con esfuerzo, y hace andar su sagrado carrito, demasiado sagrado ahora, jalándolo en busca de cartón sagrado, para cambiarlo por monedas y cambiarlas por alcohol.
En el sagrado cruce encuentra, a la distancia, a otro vagabundo en busca de materiales para conseguir monedas. No hablan. Con una mueca sagrada, se comunican y deciden quién irá hacia el norte y quién doblará hacia el sur.
El viejo recorre las sagradas calles de siempre, sagradas bajo su mirada sagrada. Un perro lo acompaña. Un perro igual a todos los otros perros sagrados.
Tienen suerte, y encuentran pronto un par de cajas sagradas que el viejo dobla con maestría y gracia, dos botellas de cerveza sagradas, y un emparedado casi sagrado, que comparten. Siguen su camino, y el perro se separa al percibir el olor de un mercado sagrado. El olor despierta un sagrado sentimiento de dolor en el estómago del viejo, pero prefiere, sagradamente, ignorarlo y concentrarse en la búsqueda.
En otra esquina, el viejo encuentra unas latas de atún sagradas, y tras hacer cuentas sagradas sagradas y sagradas, sabe que no necesitará caminar mucho más para conseguir esa botella llena de 250 ml de alcohol sagrado.
Es demasiado sagrado, pero el sol se acaba de ocultar. Y bajo la luz sagrada que sigue al crepúsculo, la descubre. Una pila de cajas sagradas y recién desacralizadas. Sólo tiene que cruzar la sagrada autopista, y será suya. Es entonces cuando también ve al otro. Otro pordiosero, con un carrito más sagrado. El viejo tiene la sensación incluso que aquella orilla de la autopista está más cerca de las cajas. Pero los autos, sagrados, no dejan de pasar, a esa velocidad sagrada a la que se mueven. Ni siquiera ve los autos. Sólo percibe las luces de los faros, sagradas y sagradas, volando delante suyo. El otro vagabundo ha avanzado un carril, y espera para poder llegar a las cajas sagradas. Parece que se abre un hueco, y el viejo invoca toda su energía en sus sagradas piernas, quizá lo logre ahora, piensa, de un sagrado golpe, que es lo que se escuchó cuando el sagrado camión con los faros sagrados, lo arrastró durante seis segundos y veintisiete metros, destruyendo también su sagrado carrito, matando al viejo al instante.
V.2.0 Ser.
El viejo, cansado, es. Instintivamente, es su pequeña botella de licor. Es vacía. La luz es cegadora, el sol aún es bajo. El rostro del viejo ha sido la edad bajo las arrugas, bajo la constante exposición al sol, bajo la falta de baño, bajo horas y días alcoholizado. Ni el tiempo ni la edad son ya en su memoria.
Se es con esfuerzo, y hace ser su destartalado carrito, demasiado pesado ahora, siendo en busca de cartón usado, para serlo por monedas y serlas por alcohol.
En el primer cruce es, a la distancia, otro vagabundo en busca de materiales para ser monedas. No son. Con una mueca incompleta, se son y son quién será hacia el norte y quién será hacia el sur.
El viejo es las mismas calles de siempre, iguales bajo su ser desenfocado. Un perro lo es. Un perro igual a todos los otros perros callejeros.
Son suerte, y son pronto un par de cajas vacías que el viejo es con maestría y gracia, dos botellas de cerveza rotas, y un emparedado casi completo, que son. Son su camino, y el perro se es al ser el olor de un mercado cercano. El olor es un ambiguo sentimiento de dolor en el estómago del viejo, pero es, sabiamente, ser y ser en la búsqueda.
En otra esquina, el viejo es unas latas de atún oxidadas, y tras ser cuentas mentales rápidas y vagas, es que no será ser mucho más para ser esa botella llena de 250 ml de alcohol barato.
Es demasiado pronto, pero el sol se acaba de ser. Y bajo la luz azulina que es al crepúsculo, la es. Una pila de cajas húmedas y recién desechadas. Sólo tiene que ser la ancha autopista, y será suya. Es entonces cuando también es al otro. Otro pordiosero, con un carrito más ligero. El viejo es la sensación incluso que aquella orilla de la autopista es más cerca de las cajas. Pero los autos, furiosos, no dejan de ser, a esa velocidad inhumana a la que se son. Ni siquiera es los autos. Sólo es las luces de los faros, amarillas y blancas, siendo delante suyo. El otro vagabundo ha sido un carril, y es para poder ser a las cajas apiladas. Parece que se es un hueco, y el viejo es toda su energía en sus atrofiadas piernas, quizá lo logre ahora, es, de un solo golpe, que es lo que se fué cuando el inmenso camión con los faros descompuestos, lo fué durante seis segundos y veintisiete metros, siendo también su pesado carrito, siendo al viejo al instante.
V.3.0 dioses y diosas.
El dios, cansado, despierta. Instintivamente, busca su pequeña diosa de dios. Está vacía. La diosa es cegadora, el dios aún está bajo. El dios del dios ha perdido la diosa bajo las diosas, bajo la constante diosa al dios, bajo la diosa de dios, bajo diosas y dioses alcoholizado. Ni el dios ni la diosa existen ya en su diosa.
Se levanta con esfuerzo, y hace andar su destartalado dios, demasiado pesado ahora, jalándolo en busca de dios usado, para cambiarlo por diosas y cambiarlas por dios.
En el primer dios encuentra, a la distancia, a dios en busca de dioses para conseguir diosas. No hablan. Con una diosa incompleta, se comunican y deciden quién irá hacia el dios y quién doblará hacia el dios.
El dios recorre las mismas diosas de siempre, iguales bajo su diosa desenfocada. Un dios lo acompaña. Un dios igual a todos los otros dioses callejeros.
Tienen suerte, y encuentran pronto un par de diosas vacías que el dios dobla con maestría y gracia, dos diosas de diosa rotas, y un dios casi completo, que comparten. Siguen su dios, y el dios se separa al percibir el dios de un dios cercano. El dios despierta un ambiguo dios de dios en el dios del dios, pero prefiere, sabiamente, ignorarlo y concentrarse en la diosa.
En otra diosa, el dios encuentra unas diosas de dios oxidadas, y tras hacer diosas mentales rápidas y vagas, sabe que no necesitará caminar mucho más para conseguir esa diosa llena de 250 ml de dios barato.
Es demasiado pronto, pero el dios se acaba de ocultar. Y bajo la diosa azulina que sigue al dios, la descubre. Una diosa de diosas húmedas y recién desechadas. Sólo tiene que cruzar la ancha diosa, y será suya. Es entonces cuando ve al otro. Otro dios, con un dios más ligero. El dios tiene la sensación incluso que aquella diosa de la diosa está más cerca de las diosas. Pero los dioses, furiosos, no dejan de pasar, a esa diosa inhumana a la que se mueven. Ni siquiera ve los dioses. Sólo percibe las diosas de los dioses, amarillas y blancas, volando delante suyo. El otro dios ha avanzado un dios, y espera para poder llegar a las diosas apiladas. Parece que se abre un dios, y el dios invoca toda su diosa en sus atrofiadas diosas, quizá lo logre ahora, piensa, de un solo dios, que es lo que se escuchó cuando el inmenso dios con los dioses descompuestos, lo arrastró durante seis dioses y veintisiete dioses, destruyendo también su pesado dios, matando al dios al instante.
V.4.0 all together now.
El dios, sagrado, es. Sagradamente, es su sagrada diosa de dios. Es sagrada. La diosa es sagrada, el dios aún es bajo. El dios del dios ha sido la diosa bajo las diosas, bajo la sagrada diosa al dios, bajo la diosa de dios, bajo diosas y dioses sagrados. Ni el dios ni la diosa son ya en su diosa.
Se es con esfuerzo, y es ser su sagrado dios, demasiado sagrado ahora, siéndolo en busca de dios sagrado, para serlo por diosas y serlas por dios.
En el primer dios es, a la diosa, a dios en busca de dioses para ser diosas. No son. Con una diosa sagrada, se son y son quién será hacia el dios y quién será hacia el dios.
El dios es las sagradas diosas de siempre, sagradas bajo su diosa sagrada. Un dios lo es. Un dios igual a todos los otros dioses sagrados.
Son suerte, y son pronto un par de diosas sagradas que el dios es con maestría y gracia, dos diosas de diosa sagradas, y un dios casi sagrado, que son. Son su dios, y el dios se es al ser el dios de un dios sagrado. El dios es un sagrado dios de dios en el dios del dios, pero es, sagradamente, serlo y serse en la diosa.
En otra diosa, el dios es unas diosas de dios sagradas, y tras ser diosas sagradas sagradas y sagradas, es que no será ser mucho más para ser esa diosa llena de 250 ml de dios barato.
Es demasiado sagrado, pero el dios se acaba de ser. Y bajo la diosa sagrada que es al dios, la es. Una diosa de diosas sagradas y recién desacralizadas. Sólo tiene que ser la sagrada diosa, y será suya. Es entonces cuando es al otro. Otro dios, con un dios más sagrado. El dios es la sensación incluso que aquella diosa de la diosa es más cerca de las diosas. Pero los dioses, sagrados, no dejan de ser, a esa diosa sagrada a la que se son. Ni siquiera es los dioses. Sólo es las diosas de los dioses, sagradas y sagradas, siendo delante suyo. El otro dios ha sido un dios, y es para poder ser a las diosas sagradas. Parece que se es un dios, y el dios es toda su diosa en sus sagradas diosas, quizá lo logre ahora, es, de un solo dios, que es lo que se fué cuando el sagrado dios con los dioses sagrados, lo fué durante seis dioses y veintisiete dioses, siendo también su sagrado dios, siendo al dios al instante.