domingo, 2 de junio de 2013

Ronda Nocturna


"Qué me importa la realidad que se halle fuera de mí, si me ha ayudado a vivir, a sentir que soy y lo que soy."
Ch. Baudelaire

Un hombre de 35, que en su juventud fue una joven promesa del arte en su pequeña,  minúscula ciudad de un millón de habitantes, tiene que atravesar una gran parte de su ciudad para entregar una obra. Llamémoslo K., en obvio homenaje al gran K. Últimamente no le ha ido bien a K. Siente que vive devastado por el sistema económico. Le enseñaron a crear y a creer en su futuro, pero no a encontrarse con la realidad del mundo económico en crisis post-neoliberalista. Clientes q pagan a plazos, arduos trabajos que al final no se venden, clientes que nunca pagaron, en fin. Ahora tiene que cruzar media ciudad, a las once de la noche, para vender una obra en casi nada. Algo que le suministre droga y comida por una semana. Últimamente depende de la droga para enfrentar el mundo. Y cree, también, que la droga le enseña, siempre (o casi siempre) un camino diferente, un punto de vista único. Al principio, cuando comenzó a ser reconocido en el mundillo local del arte, caía en los juegos del status y el ego, pero ahora todo eso parece muy lejano. La promesa del mundo de abundancia y tranquilidad para "crear" nunca llegó. Es así que ahora pinta para él mismo, y la razón por la que K., alto y delgado, con una larga barba enmarañada de meses, cruza la ciudad cargando un cuadro que vuelve su silueta en algo inusual. Como la silueta de la víbora que se comió un elefente, pareciera que él se hubiera comido un rombo.

Durante el recorrido, comienza a ver ventanas. A observarlas y escucharlas. Empieza en un barrio de clase media baja, en donde vive. Recuerda a Baudelaire, y piensa en la luz eléctrica. Baudelaire fascinado por ventanas sin luz fluorescente, sin radio ni televisión. Ahora sale luz de todas las temperaturas posibles de las ventanas habitadas y es muy fácil saber si los habitantes duermen (o intentan dormir) o no. Alguien ve una película de acción, en un multifamiliar con una luz muy fría en la azotea, mientras el edificio de fondo está coloreado con luz cálida. Más adelante, hay música de fiesta. Mañana es día  feriado. En los bares y cantinas la gente toma y ríe. Al acercarse a la ventana de donde sale música pop de adolescentes, una risa femenina llena el ambiente con intérvalos cortos y orgásmicos... 

Conforme cruza avenidas y se aleja de su casa, el barrio comienza a cambiar. Las casas son más grandes, más limpias, más iluminadas. ¿Cómo quieren que uno camine tranquilamente cargando su obra, por el barrio, tan pobremente iluminado? ¿Qué creerán los pocos paseantes nocturnos, al distinguir su silueta con tan poca luz? ¿Que se devoró su obra? ¿Que carga un maletín lleno de armas? Quizá alguno crea, desde lejos, que ni siquiera es humano. 

Otra fiesta, en una zona de clase más alta. La música es muy diferente. La casa es de tres plantas. Una pareja sale de ahí, hablando por celular y vestidos muy formalmente.  Antes de subir al auto, se besan, besos ebrios y apasionados. K. piensa en entrar a esa fiesta. ¿Qué clase de personas habrá ahí? ¿Qué tan ebrios estarán? ¿Agradecerán su intromisión, o lo sacarán a patadas? Si entra, estaría dispuesto a hablar de arte, y sobre todo, a entretenerlos, confrontándolos sobre el sistema. A acabarse las botellas, empezando por las más finas. Tiene que entregar su obra.

Por fin llega al domicilio, en una calle desierta. Timbra, y lo atiende una criada casi en pijama. Adentro hay muy poca luz, y suena una melodía sobadísima y aburridísima de jazz. Hay personas viajando, tiradas, regadas por todo el lugar. La criada recibe la obra como si recibiera a un mensajero de "UPS".  Toma el cuadro y lo recarga en un sofá, mientras la chica que reposa en él, en camiseta interior, le coquetea con la mirada. La criada la ignora y regresa a darle los billetes a K. Él aspira tranquilo. Ha re-escrito el texto de Baudelaire en su cabeza, y tiene dinero para sobrevivir una semana. Para seguir drogado. Para comer. No alcanzará para la renta.

En el camino de regreso, decide cambiar de calles. Un par de parejas salen de un Saloon. Se suben a sus vehículos. Tres vehículos para cuatro personas. Y él cruzando media ciudad a pie, y cargando. 

Una funeraria parece locación de una película de Leos Carax. Una casa colonial en donde la gente se reúne a bailar Salsa. Afuera del Hospital hay cambio de guardia. Tres enfermeras cenan en el puesto de hot-dogs. Una anciana llora, gimiendo, en un cuarto con luz amarilla y muebles de madera.

"Por sobre las olas de los tejados, acierto a entrever a una mujer madura, arrugada ya, pobre, perpetuamente enfrascada en su tarea y que nunca sale."

En una cuadra oscura pasa afuera de un pinchadero, y piensa en invertir, de una buena vez, su dinero. Cuando voltea, observa una enorme silueta descompuesta, casi desnuda, con un enorme vaso ámbar, que se planta en el marco de la puerta (con un contraluz también ámbar y viciado) y grita, hacia el fondo de la habitación: 
"¡Si no estás de acuerdo conmigo vamos, y nos ponemos unos putazos!" "¡Si eres tan hombre para contradecirme, vamos aquí afuera, y nos arreglamos!"

Él observa, aún desde la esquina, con el rabillo del ojo, y alenta su paso. El hombre apenas da tres pasos fuera, a una velocidad imposiblemente lenta. Da un trago a su vaso, y desaparece cuando K. dobla la esquina.

Dos cuadras más adelante, ya agotado, siente el sudor en su espalda y sus axilas e imagina el olor que emana. Encuentra unas ventanas muy iluminadas. Es un bar concurrido, con gente de traje y humo. Piensa en las diferencias entre los borrachos ricos y los pobres. Entre los drogados ricos, y los no tan ricos. Observa, detenidamente, al hombre que sale en ese momento, tambaleante. K. observa su traje caro. No debe tener tantos trajes como ese, pues el portafolios que carga está desgastado, aunque parece cómodo. Sus zapatos tampoco son de la mejor calidad. Debe ser un funcionario menor, pero con un futuro "prometedor", y es casi de su edad. De hecho, le calcula exactamente la misma edad. K. se acerca. ¿Qué se sentirá asaltarlo? K. está casi seguro de que es capaz de intimidarlo con nada, de pedirle la cartera con una actitud feroz, y un ademán amenazante, y escapar. El funcionario no lo siente al acercarse, pero todo sale mal. Él sí portaba un arma en su guantera, y amenaza a K., le grita al acomodador del bar, que sale en su ayuda, y juntos, muelen a K. a golpes. Le hablan a la policía. El encabezado: un drogadicto intenta asaltar y matar al prometedor político S. 

Los que conocen a K., están convencidos de que su destino se debe a las drogas que consume. Que su dealer le conisguió el arma plantada por la policía.

    "Y me acuesto, satisfecho de haber vivido y padecido en la piel de otros."