sábado, 30 de marzo de 2013

Good Men are hard to find (indeed)


(Sobre los abuelos)

"Shut up, Bobby Lee," The Misfit said. 
"It's no real pleasure in life."
Flannery O'connor.

Mi abuelo era el hombre más alto y fuerte de Huetamo. Era temido y respetado por todos. En especial, por mi abuela. Cuando él entraba a su casa, su plato tenía que estar caliente sobre la mesa, y mi abuela calentándole una tortilla justo en ese instante. Si el plato no estaba listo, golpes y regaños para todos. La clarividencia de mi abuela era casi tan grande como su paciencia. Muy pocas veces erraba la hora de llegada de mi abuelo. 

Decían de él, de Everardo, que si eras más joven, y te lo cruzabas en la calle caminando en sentido contrario al tuyo, tenías que cederle el paso, o ganarte una bofetada. Si llegaba a la cantina y alguien estaba sentado en su banco, mi abuelo lo alzaba en peso y lo lanzaba a un lado, para poder sentarse. Nadie de Huetamo se atrevía a sentarse en el banco del abuelo Everardo. Everardo era pariente de los Piedra, una familia que sí la supo hacer: asaltaron el tren llevándose muchísimo dinero, y desaparecieron. Nadie nunca volvió a saber de ellos. Algunos los imaginaban en Estados Unidos o en Europa, viviendo de su motín. 

El abuelo Everardo era un hombre tozudo,  que todos los días, hasta sus setentaytantos, desayunaba comía y cenaba carne, frijoles y tortillas. Mi tía dice que un día que se cayó ella de un árbol, él la despertó a cachetadas. Mi tía despertó, para volverse a desmayar, debido a cachetadas posteriores. 

Mi abuela, decían, era una santa, y la única capaz de aguantar a Everardo. Por eso, cuando murió, Everardo no duró mucho. La mitad derecha de su cuerpo dejó de funcionar, y con eso, su fuerza. Tuvo que vivir en la Ciudad, en donde el piso no era de tierra.  En el rancho la basura orgánica se tiraba al piso, y servía como alimento de los perros y cochis.
¿A dónde se tiran aquí las cosas, decía, si este piso no absorbe nada?

Mi abuelo materno, Leonardo, a sus cuarentaytantos, después de haber echado a andar una gran familia de nueve hijos (dos murieron al nacer) decidió echar a andar una segunda familia, también de unos cinco hijos. El problema fue que no le contó a mi abuela sobre sus planes, y acabaron peleados. Dos de sus hijos nunca lo perdonaron. Estoy convencido que mi abuela sí. 

 Mi abuelo Leonardo trabajó muchos años de "agente viajero". Aún no sé a ciencia cierta lo que hacía, pero iba en su auto a California, y duraba meses en la carretera. En el café al que íbamos cada sábado, (que fue donde realmente lo conocí) le echaban carrilla. Decían que en todos los pueblos, desde Nayarit hasta Sonora o Baja California, cuando se acercaban niños al flamante auto a pedirle unas monedas, él se las daba, "no fuera a ser que fueran hijos suyos", y así "aplacaba la conciencia". A mi abuelo no le gustaba que sus amigos me contaran esas historias, pero claro que a mí no me importaba. También decían, en el café, de él y su amigo "el Ché" que si se sentaban a platicar con ellos sobre religión creyentes, seminaristas, o incluso párrocos, se levantaban, media hora después, como ateos convencidos. El abuelo Leonardo dejó de creer el día que el cura de su pueblo (La Barca) le robó a su madre la silla de cabalgar de su difunto padre. (Lo único valioso que dejó).

Leonardo trabajó construyendo vías de tren hasta la frontera con Estado Unidos. En la ciudad, trabajó de "inspector de camiones"y su trabajo era tan ilustre, que se vestía, siempre, de impecable blanco.  

Durante dos años cargó una pistola, por si se topaba al asesino de su padre, vengar su muerte. Nunca lo encontró.

Al abuelo Leonardo le gustaba hablar de los viejos tiempos, del cine y de la literatura, de filosofía y de política. 
"Todo tiempo pasado fue mejor" era su lema. "En mis tiempos" decía, "le teníamos respeto al presidente y a la bandera". 
De joven participó en un grupo de teatro amateur, en el que conoció a Dolores del Río, y ella le decía que "no era mal actor, que se había de dedicar a eso" pero a mi abuelo no le gustaba la vida de la "farándula" y nunca se dedicó a la actuación profesionalmente. Me dijo que volvió a ver a "Dolores" muchos años después, en uno de sus viajes a California. "Una mujer bellísima".

Su amigo "el Ché" hacía 70 lagartijas cada mañana, a sus setentaytantos, caminaba en vez de tomar camión, y no comía carnes ni harinas blancas. Inventó (descubrió) la fibra "Xotzil" o de "Cahuenga" y le robaron la fórmula. Murió atropellado una mañana, camino al café. Creo que todos los días extrañaba su natal Argentina.

Cuando le dije que estudiaba cine, mi abuelo me dijo: "tienes que aprender a cantar y bailar bien, eso tienen que saber los directores de cine". Como herencia, me regaló 2 cámaras de super-8. Siempre me preguntaba qué estaba leyendo, y me platicaba lo que él estaba leyendo. Un día que mostré interés en un libro de Hegel, me lo prestó inmediatamente. Creo que mi abuelo dejó de leer a sus 89. 

Su primer esposa, mi abuela Yiya, me enseñó, también, un montón de cosas. Una vez, cuando yo tenía tres años, me quedé con ella por tres días, durante los que recortamos un juego de mesa que venía impreso en una caja de cereal, y lo jugamos inmediatamente después. Regamos todas sus plantas (tenía, al frente de su casa, latas y latones y planchas antiguas como macetas, llenas todas de diferentes plantitas, tenía tres o cuatro macetas con violetas en la cocina, un guayabo también al frente, y una higuera en su patio posterior. Vivía atrás de una escuela primaria, y cada tanto, se volaba una pelota. Como la barda era muy alta y mi abuela no podía lanzar las pelotas de regreso, se las quedaba, si no iban por ellas. Así que siempre había pelotas en su casa).

La vecina, Adelita, vendía dulces de centavos y de uno o dos pesos. En navidad, ponía un nacimiento que ocupaba toda su sala, y modelaba figuritas extras en plastilina. Una vez, de cumpleaños, me regaló un pequeño busto de policía, que guardé durante varios años, hasta que necesité la plastilina para una tarea. 

Mi abuelo paterno murió en 1981. Tengo un recuerdo inventado de él, al fondo de una escalera.
Mi abuelo materno murió a los 94. Hizo, dos años antes de morir, que todos sus hijos (trece o catorce) firmaran una petición de que no le hicieran ningún servicio fúnebre ni lo enterraran, y que esparcieran sus cenizas en el volcán de Colima. Ninguno de sus hijos defendió su petición, y fue enterrado en un panteón católico. 
Ese día me avergoncé de su decisión.

jueves, 21 de marzo de 2013

A night-time tale of one Undead and two Vampyres


(Beatnik-Style)


Es 1959. Todo empezó en una fiesta psicotrópica sin fin ni final. La banda tocaba un jazz improvisado a  ritmo frenético y supersónico y yo bailaba solo. Sentía que era la primera vez en la Historia Moderna que alguien bailaba solo. Durante ese trance absurdo y estelar, fue cuando se me acercaron. Él evidentemente era un zombie, un muerto viviente, que parecía, entre los contraluces y siluetas nebulosas, que también bailaba solo. Una segunda mirada, ya cuando estaban a mi lado, revelaba que no era así. El Zombie venía acompañado de dos Vampiras idénticas, que bailaban cada una a uno de sus costados. El carácter bizarro de la situación vino después: El Zombie era el líder, y el que me dirigió la palabra. Su voz, más que eléctrica, era neón y fluorescente: "¿Qué vas a hacer después?" Aún en trance, pensando en los remotos bailes de la Historia Antigua, contesté desdeñoso y balbuceante que no sabía. Siguieron ahí, a mi lado, hasta que acabó la música. 

Nos fuimos con el grupo de jazz a una casa de negros  en la que la música era realmente buena: rayos hipnóticos salían del Saxofón y el Saxofonista era un dios de latón y las vibraciones paganas atravesaban nuestros cuerpos danzantes y primitivos. El Zombie seguía a mi lado, así como las Vampiras. Decidí seguir con mi juego del desdén y del silencio. Las Vampiras emanaban Rayos Gamma, y yo disfrutaba el frío que generaban en mi cuerpo. Ellos, por supuesto, no bebían nada. Lo único que necesitaban era nuestra Energía Vital. Justo antes del amanecer, y considerando el tiempo necesario para llegar a su casa, se salieron de la fiesta. Los seguí, atraído por su Campo Magnético. Llegamos a su casa, un cuartito maltrecho en un enorme monolito alienígena. Sin decir nada, Las Vampiras  se acostaron en un catre, de manera simétrica, en posición fetal. Ni siquiera se quitaron las botas. Sus frentes casi se tocaban. Inmediatamente entraron en el sueño profundo y un Aura azul las rodeó, disparando campos concéntricos de energía maligna. Me fumé un cigarro con El Zombie, mientras la(s) veíamos dormir. 

Diez minutos después, disfrutamos la salida del Último Sol desde lo alto del monolito.