Fue a la tercer semana cuando Cintia comenzó a imaginar que su casa escondía un secreto fatuo y terrible. Que recordó todas esas películas de vampiros y monstruos (que nunca vio completas, pero que imaginaba su trama y desenlace) y que soñó esas inexplicables pesadillas con rostros que no conocía y con lugares antiguos que tampoco conocía (¿Cómo iba Freud a explicar eso?). Entonces recurrió a la internet. En cuanto tuvo instalada la red, fotografió los símbolos, y comenzó a investigar durante las noches. En la primer noche encontró muy poco: el único símbolo que reconoció fue la runa Eoth, de la muerte, pero los otros no eran runas, ni encontró ninguna explicación al respecto). Tres noches después, descubrió que los antiguos arrendatarios (como un cliché inesperado) se mataron mutuamente, a las cuatro semanas de habitar la finca. Eran una pareja problemática, pero el cliché parecía demasiado increíble y poderoso.
Después de hablar con los vecinos (uno le dijo que no sabía nada, que se había mudado una semana antes que ella, y la otra, ya se sabe: una anciana que susurró palabras como "muerte" y "¡Mejor váyase de aquí! " a manera de amenaza) e ir a la hemeroteca (Cintia tampoco lo creía, pero no todas las noticias viejitas estaban en la internet) decidió invitar a su amigo más hippie y espiritual a "sentir" la casa. Ese soy yo.
Le dije que teníamos que hacer las paces con los espíritus que la habitaban, y le platiqué cómo lo había logrado en mi actual departamento (departamento embrujado, por demás sabido en el barrio que habitaba, y lleno de historias desde la colonia). El rito consistía en algo muy sencillo: una peda con los espíritus que habitaban el lugar. Además, era imperativo que Buda y Cristo nos acompañaran.
Así, fuimos a la tienda de la esquina por cuatro caguamas, y pedimos una pizza a domicilio. Durante las primeras dos caguamas me platicó los tres elementos que habían perturbado su estancia durante esas tres semanas. A la 01:11 en punto, los perros comenzaron a ladrar (íbamos en la cuarta cagua, pero ya habíamos encendido un churro), y fue cuando comenzamos a hablar con los espíritus: les pedimos permiso para que Cintia viviera ahí, les dijimos que yo también vivía con fantasmas, y un montón de pendejadas por el estilo. Fue entonces cuando Cintia se me empezó a antojar (yo ya sabía que era medio lesbiana y feminista empedernida, pero esta crónica también es una carta de amor) y cuando intenté hacer mi movimiento... la tierra, el patio, tembló con un estruendo ronco y callado, y escuchamos la loza deslizarse lentamente... nos levantamos, asustados (estábamos sentados en el piso de la habitación) y, con miedo, caminamos hacia la puerta...
La flor que salía al lado de la loza cada tercer día no la encontré en Internet. El monstruo o demonio se parecía a las descripciones del Cthulhu, pero con menos rostro y más tentáculos. No describiré el éxtasis o la explosión de cómo devoró a Cintia. Sobreviví debido a una última vuelta del destino: Buda y Cristo, como buenas perras hembra, me defendieron hasta la muerte, es decir, hasta el amanecer, hora en la que el demonio volvió a su habitación. Desde esa batalla íntima e indescriptible, debo mi devoción a las dos. Me he mudado de ciudad, y nunca pienso volver ahí. No diré el nombre de la ciudad ni el domicilio. Creo que el demonio es invencible, y que habita ahí por una razón inexpugnable. Creo que Lovecraft y Borges lo adoraban con su temor, como lo haré yo, de ahora en adelante.
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