lunes, 3 de mayo de 2010

BEHEMOTH


El calor hacía estragos en el interior de los autos. Y de pronto, el tráfico que parecía cotidiano se transformó en un happenning inerte. Todos ahí encerrados en sus carros, esperando avanzar. La seguridad de la rutina se transformó en quimera ese jueves por la mañana.
El humo, en el horizonte, pasó de ser una línea lejana y borrosa, a una nube que se acercaba rápidamente. Nube densa y gris, que además rugía como un motor muy grave, o como dicen que rugen los terremotos en lo profundo de la tierra, de donde probablemente provenía la criatura.

Destrucción, llanto. En esos instantes, las personas no sabían si creer lo que sus ojos veían, o creer a su sentido común, férreamente moldeado por la rutina de un sistema que, como a galgos de carreras, no les permite ver a los lados. En contra de toda la ciencia de nuestro siglo XXI, la criatura, enorme e infernal era real. Era tangible. Tan real y tangible que acabó con todo lo que nuestro progreso construyó. Como ese meteorito que cuentan, acabó con los dinosaurios.

Quedamos unos pocos. Adoramos al monstruo como al único dios que hemos visto y que conocemos, y la criatura nos devora lentamente, como a simpáticos bichos que lo divierten y alimentan en su reino de ruinas,
humo, fuego y cenizas.

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