miércoles, 7 de septiembre de 2011

leyenda banshee

¿Cómo es que mi padre terminó en ese barranco? El lago está muy lejos, en el fondo. Apenas llegan los ecos hasta la orilla, y llegan lentos, cansados. Como si los sonidos que les dieron forma hubieran sido proferidos hace mucho tiempo. Nunca encontramos su cuerpo. Enterramos una caja vacía, y sólo dejó su talismán, que ahora yo cargo. Nadie me intentó explicar nada. Mi padrino, su mejor amigo, se volvió un borracho taciturno, obsesionado con las velas. Siempre tiene alguna prendida a su alrededor, siempre las derrite, siempre está jugando con la cera. Las palabras ya no las dice, ni siquiera las gesticula. Las mastica, como hablando a su interior. Y me llevaron lejos, a estudiar, a ocupar mi mente.

Estudié las leyes de los hombres. No las leyes de la sociedad, que rigen la legalidad de nuestras relaciones, sino las leyes que rigen nuestro comportamiento. Busqué todas las explicaciones posibles para descifrar el suicidio de mi padre. Desde las teorías freudianas más rupestres, hasta las razones químicas de la psiquiatría o las metafísicas de Jung. Quienes conocieron a mi padre tampoco hubieran encontrado una explicación satisfactoria.

Ahora que regreso al pueblo de mi infancia sigue el silencio en las miradas de los demás. Y el barranco me atrae con más fuerza, a pesar de sólo haber estado un par de veces aquí, pues siempre me prohibieron visitarlo. Estoy en el preciso lugar del que mi padre saltó. Lo sé a pesar de nunca haber escuchado la historia. Escucho un ruido. Es mi padrino. Llega como animal, a cuatro patas. Cera le escurre por los oídos. Vomita. Con lágrimas en los ojos me grita que me aleje. Su mirada espantada no me ve a mí, sino a algo más lejano, que volteo para descubrir, y es entonces cuando la veo: una hermosa mujer, en la otra orilla. Es idéntica a los sueños que tengo de mi madre. Me llama con una voz, un sonido, que nunca podría describir. Ni siquiera está en la otra orilla. A medio camino, suspendida, ataviada de una forma extraña y vaporosa, me llama. Ahora me doy cuenta que éste sueño lo tenía de niño, todas las noches, y por eso me llevaron lejos.

Intento avanzar hacia ella, pero mi padrino está aferrado a mis pies. No puedo moverme, y tropiezo.  Forcejeo con el viejo borracho, y logro zafarme. Brinco. La alcanzo, e inmediatamente  la poseo en una caída que no termina. Lo último que escucho de éste mundo es el eco de mi padrino, mientras el viento en mi cara y el cuerpo contra el mío saturan mis sentidos. Es un grito que llega como si hubiera sido proferido hace mucho tiempo.

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