lunes, 13 de junio de 2011

historias del crack (IV)

Cuando Benito abrió los ojos esa mañana, la luz del Sol era más fuerte que de costumbre. De hecho, no podía ver bien casi nada. Cuando se levantó, se dio cuenta que su cuerpo estaba encendido. Al dar el primer paso, pudo distinguir la huella de ceniza que dejó en el piso.

Como cada mañana, Benito se dirigió al pueblo, en donde los rumores y sonidos matutinos aturdían sus oídos. Así, sin poder escuchar ni ver con claridad, o más bien, debido a la claridad que entumecía sus sentidos, se dió cuenta que no debía detenerse ahí, por lo que cruzó el pueblo por la calle principal hasta salir del otro lado.

Subió a la montaña y entró en la mítica caverna de la cima. Una vez dentro, se sentó, para nunca más levantarse. Para hablar a los profetas, para ser un arbusto en llamas.

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