lunes, 20 de junio de 2011

historias del crack (V)

Ana entra al café. Altiva, segura y juguetona. Ordena sin titubear. Al probar el cappucino deslactosado sin azúcar, al sentir el calor de la bebida resbalar por su garganta y llegar a la boca del estómago, cae en la cuenta de que realmente no quiere estar ahí. No le gusta el café no le gusta ese establecimiento y mucho menos esa ciudad. La gente que conoce ha sido circunstancial y nunca había reflexionado sobre su relación con su familia y su novio. No se había dado cuenta de que se aburre y a veces inclusive odia su trabajo.

Una lágrima resbala por su mejilla llevándose como río crecido un poco de rímel.

Ana sale del café y se sube a su carro e instintivamente maneja hacia esa playa donde pasó tantos atardeceres en su infancia. Ana apaga su celular y saca todo el efectivo posible de un cajero. Pone el disco que escuchó todos los días de sus catorce años y canta. Cuatro o cinco horas más tarde llega a la playa. El Sol también ha llegado a la misma playa a la misma hora y comienza a sumergirse en la orilla del mar como cuando Ana tenía catorce.

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